6.1.06

TÉCNICAS PARA FUMAR FUERA DE LA LEY

TÉCNICAS PARA FUMAR FUERA DE LA LEY
(Se certifica que esto fue escrito, por arte de adivinación, hace ya diez años)
La libertad también se mide en tabaco o, al menos, en la capacidad de echar humo que debe tener el hombre libre con pulmones, ese hombre libre fumador que es perseguido mientras ve cómo el consumo de todo tipo de drogas, incluidos el bingo y la TVE, está "despenalizado", lo mismo que el uso y disfrute de los tubos de escape, sin duda benéficos para el gremio del automóvil.

Cada vez son más las dependencias -oficiales y privadas- con el
fatídico cartelito del cigarrillo cruzado por una barra roja o por
un aspa. Y si algo hiere a un fumador es saber que no puede ejercer:
las manos, como en un reflejo, se le van al tabaco y al mechero y la
mente, libre y silenciosa, vuela hacia la madre del que inventó los
rótulos.

Pero Dios dotó al fumador de mecanismos de alta precisión que le permiten hacer frente a la adversidad. Uno de ellos es el pensamiento lógico y, gracias a él, aquí tienen ustedes varios métodos contrastados para conseguir fumar donde no dejan:

El más elemental, pero de sorprendentes resultados, es encender el cigarrillo con toda tranquilidad. Sólo el dos por ciento de los funcionarios y alguna señora gruñona llegan a expresar una opinión desfavorable. El español, junto con las ovejas, es uno de los seres más tolerantes y benditos de la creación. Si resistió a Borrell con una sonrisa, ¿por qué no un poco de humo aromático?

Pero ese peligroso dos por ciento de funcionarios, compuesto por enfermos del estómago y del hígado y por maridos traicionados, puede entrar en acción y exigir que cese el humo. El buen fumador no debe desorientarse ni ceder a su innata cortesía:

-¿'Omo 'ice? -preguntará, imitando la brillante prosodia de los sordomudos y se llevará la mano a la oreja para dar mayor énfasis.- ¿'Asa algo?

Y se sigue fumando, diga lo que diga el funcionario, allá él con
sus amígdalas.

Otro método de probada eficacia es romper a toser, dejando bien
claro que los pulmones, de un momento a otro, van a abandonar su
receptáculo natural y salpicar el entorno. Cuando todos se han
percatado de su grave estado, el fumador enciende el pitillo y se
"recupera". Puede, como labor de adorno, añadir que sólo el tabaco
le alivia las crisis agudas de asma. Aunque endurecidos por la
lectura del reglamento, los funcionarios no se oponen jamás a una
cura de urgencia.

Otro camino, más progresista y sutil, estriba en negar la
evidencia: no es tabaco, es un porro y fumar porros es legal.
¿Quiere alguien privarle de sus derechos constitucionales? ¿Hay
algún guardia en las cercanías o, al menos, un fiscal?

Al fumador se le desprecia, por inofensivo, pero al drogadicto se
le respeta oficialmente, tanto porque se le teme como porque es cosa
democrática y sabida que usa navaja. En realidad este método no es
otro que el de dar conversación mientras se sigue fumando: ¿Es que
no ha leído la última sentencia del Tribunal Constitucional? Las
cosas, si son legales, se pueden hacer siempre. Nunca unas veces sí
y otras no. ¿Cree que aquí dentro no se puede robar y fuera sí?
Etcétera, hasta que se acaba el cigarrillo.

Las mujeres, siempre protegidas por la naturaleza y por la ley de discriminación positiva, tienen el mejor remedio tan pronto como el funcionario se dispone a
hacerles sentir el peso de la jerarquía:

-Es que estoy embarazada. Un antojo, ¿sabe?

Y vencen al primer asalto, siempre que no sobrepasen los setenta años y la mente lúcida del funcionario alumbre alguna sospecha.

¿No sería más fácil distribuir mascarillas entre los no fumadores? Porque, si de veras el tabaco es más perjudicial para los pulmones que las instrucciones de la declaración de la renta para el cerebro, ¿no debería la administración mostrarnos a un no fumador que no vaya a morirse nunca? Entonces, sólo entonces, parlamentaríamos.